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Comentario sobre Frankenstein, escrito por Mary Shelley

Frankenstein

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Shelley, M. (1818). Frankenstein [Kindle edition]. (J. J. de Mora, Trad.). Editorial Edaf.

Relevancia

El estilo de la novela me recuerda a Goethe y las novelas románticas de comienzos del XIX. Aquí la autora revela explícitamente sus fuentes.

En las Desventuras de Werther, además del interés de su sencilla y emocionante historia, se proponían tantas opiniones y se arrojaba luz sobre lo que hasta entonces habían sido para mí asuntos completamente ignorados, que encontré en ese libro una fuente inagotable de reflexión y asombro. Las costumbres amables y hogareñas que describía, unidas a los delicados juicios y sentimientos que se expresan sin ningún egoísmo, se acomodaban perfectamente a mi experiencia con mis protectores y a las necesidades que siempre habían estado vivas en mi corazón.

Las cartas, las situaciones, están inbuidas en lo cotidiano. Incluso un viaje extraordinario como es una expedición al polo norte (¿a qué?), o el viaje a las islas Orcadas, se narra como una sucesión de acontecimientos cotidianos.

La novela tiene muchos huecos. Y hay una partición muy clara entre el final de la primera parte, y una segunda parte que intenta remediar algunas de las incoherencias. Aunque rompa el ritmo narrativo al incluir un relato de varios capítulos, la historia del monstruo, como un injerto artificial en la narración. Este injerto es necesaria dada la inmadurez de la primera parte.

¡No es una crítica mordaz! El Quijote tiene multitud de “huecos”, algunos incluso anotados por el autor en la segunda parte, referentes a la primera.

Me ha parecido una novela en terreno de nadie. No crea un universo ni unas bases sobre las que asentar un relato de ciencia ficción, y no inbuye una atmósfera de terror irracional que explique los hechos de forma irracional, como en una historia de fantasmas. Sobre los aspectos filosóficos de la novela, me da la impresión de que no estaban presentes en la primera edición del texto, y sólo en la segunda parte, al final, parecen perfilarse mejor. La palabra «demoniaco» no aparece hasta el asesinato de William, y la idea de la criatura como una sombra que persigue al creador es algo exclusivo también de las segunda parte. Con todo, creo que son 200 años de interpretaciones y no la intención original del texto, lo que ha dotado a esta obra de un valor reflexivo sobre la vida, los límites de la ciencia, los errores del pasado y las consecuencias de esos errores.

Notas

Sobre el bien y el mal

Si no tengo relaciones ni afectos, me entregaré al odio y a la maldad.

La psicología del monstruo es complicada. Creo ver que la base del personaje arraiga en la creencia o postulado de que todos los hombres / criaturas son buenas por naturaleza. Y al falta de afecto lleva al odio y a la maldad, como una contradicción del propio ser, que se mantiene impoluto mientras comete horrendas acciones y es incapaz de evitarlas. La muerte y la destrucción del creador es la redención del monstruo.

Sobre los límites del conocimiento.

Este es un discurso que siempre me ha horrorizado. Cuando la gente expresa que hay que poner límites a la tecnología y al conocimiento… y a continuación pasa a proponer un férreo límite. Normalmente el umbral de lo que una reducida inteligencia es capaz de comprender. Inmediatamente lo reconozco como un intento de la mediocridad por imponer su tiranía.

No niego que la acción deba tener sus límites. Toda acción tiene un límite; bien su propia fuerza, bien un postulado moral sostenido por la fuerza de otro (Dios, la sociedad, la familia…). Incluso en ausencia de toda moral o ética, puesto que no somos criaturas omnipotentes, toda acción tiene un límite.

Sobre los postulados morales que limiten la acción, estos deben tener unas bases sencillas, como los axiomas sobre los que construir un postulado. No digo que no deban existir; sólo que no se debe permitir a los mediocres tomar la iniciativa, porque entonces se resquebrajará todo el sistema de valores. Aquí la autora critica la ciencia racional, por poco atractiva (cuando habla de «lo grande»), y por incontrolable, o ajena a la humanidad. Son abundantes las descripciones del personaje de Frankenstein dehumanizándose por su dedicación a la actividad académica. Al mismo tiempo que muestra una completa ignorancia en el conocimiento científico de la época. Por suerte, el valor literario de la narración no reside en ese punto.

Mis límites morales a la hora de ganar conocimiento, habilidad o ejecutar nuevas formas de trabajar consisten en respetar al vida de otros seres humanos. Podría decir que el asiento moral de este postulado reside en el hecho de que como individuo (y como especie), no puedo crear vida; por lo tanto, no debo destruirla. Llevado hasta las últimas consecuencias, este postulado impediría vivir, ya que para vivir, los seres necesitan destruirse unos a otros, y no son capaces de volver a crear desde cero. Se debe acompañar de otro, y es reconocer a todos los seres humanos una categoría especial, de inteligencia. Esto plantea otros problemas, o incógnitas. La más apasionante de todas, a pesar de ir contra mi sistema de creencias y valores, es considerar si realmente estamos dotados de inteligencia o es un constructo a posteriori de nuestras acciones.

Creo que el postulado de la no destrucción es válido con independencia de la creencia en Dios como creador y los seres humanos como criaturas.

Sobre el segundo, considerar al ser humano dotado de una inteligencia y un derecho a tomar posesión del resto de la existencia material, veo a priori dos interpretaciones que la sostienen. Una requiere de la creencia en Dios, y la otra se basa en el poder. Pero esta segunda puede sostener que el poder de un individuo sobre otro le da potestad sobre su vida (como así ocurre, y ocurrirá, en ocasiones bajo al forma de ideología que sustenta formas de gobierno y regímenes políticos).

Sobre las consecuencias de los errores.

La segunda parte de la novela es una persecución. Bien del monstruo hacia el creador, bien del creador hacia el monstruo. La primera expone que los errores del pasado nos acompañan, y nos hacen sufrir. La segunda propone que los errores no tienen solución. Se acaban con la muerte; una postura muy de los románticos del XIX.

Hay un capítulo de [[12 Rules for Life]] que da la vuelta a esta idea sobre el sufrimiento causado por nuestras propias acciones. Dice algo así como que si el sufrimiento no tiene causa, entonces es provocado por un Dios vengativo; y, por tanto, es irracional, un castigo innecesario. En cambio, si son nuestras faltas -nuestros pecados-, los que causan sufrimiento, entonces existe un camino de redención.

Hay un poema de Victor Hugo que me gusta mucho:

Espère, enfant! demain! et puis demain encore! Et puis toujours demain! croyons dans l’avenir. Espère! et chaque fois que se lève l’aurore, Soyons là pour prier comme Dieu pour bénir!

Nos fautes, mon pauvre ange, ont causé nos souffrances. Peut-être qu’en restant bien long-temps à genoux, Quand il aura béni toutes les innocences, Puis tous les repentirs, Dieu finira par nous!

Me veo reflejado, como creyente en Dios que no entiende nada, ni porqué estamos aquí, ni por qué creo, y ni siquiera soy capaz de entender los Evangelios si no es bajo una perspectiva de terror, desesperación y arbitrariedad en la creación. Mi lectura personal de los Evangelios, contrariamente a la de la cultura popular es “tienes que vivir como un marrano toda tu vida, en perpetuo sufrimiento, dejarte desollar vivo a la hora de tu muerte, y no quejarte cuando, a la hora de entrar el Reino de los Cielos, se te niegue la entrada porque es sólo para unos pocos escogidos”. Contrariamente a la del antiguo testamento, que no da respuestas sobre el seno de Abraham, ni sobre la existencia después de esta vida, pero ofrece una guía sencilla que se resume en “si eres bueno cumples los mandamientos, te irá bien en esta vida”.

Así pues, siendo un mal creyente, reconociendo que es una postura irracional, de la que no puedo librarme (el agonsticismo es racional; el ateismo, o la creencia no lo son), sólo aspiro a vivir en lo que pueda cumplir, esperar y ver lo que ocurre. Que pasen primero los justos, y los creyentes, y ya veremos si, al final, Dios tiene misericordia del resto. Sin tratar de justificarme, o decir que merezco nada.

Por eso la reflexión sobre las faltas es honesta, y en línea sobre lo que expresa [[Jordan Peterson]]. «Nuestras faltas, mi pequeño angel, son la causa de nuestro sufrimiento».

Sobre las características de la amistad.

No tengo a nadie junto a mí que sea tranquilo pero valiente, que posea un espíritu cultivado y, al tiempo, de mente abierta, cuyos gustos se parezcan a los míos, para que apruebe o corrija mis planes.

En la primera parte, una autora joven enumera las características de la amistad y entre ellas señala que los gustos deben ser parecidos. Como un apoyo. Parece describir su propio espíritu.

en Clerval veía la imagen de lo que yo había sido antaño

En la segunda parte, con algo más de madurez, deja ver que una de las características de la amistad del protagonista con Clerval es que le complementa de algún modo. Bien porque le recuerda a quién fue, bien cuando contrasta su desprecio por las ciencias exactas y su talento para la economía y los negocios, hace un contraste con el protagonista principal.

Sobre las grandes ideas

[…] ideas, aunque eran completamente inútiles, al menos tenían grandeza.

La grandeza es una dimensión oculta. Resulta poco atractiva la idea de dedicarse a un trabajo de funcionariado gris, precisamente por eso. Pero si el foco se sitúa en un trabajo estable, con pocas horas de trabajo que deje la suficiente libertad para desarrollar una pasión o un trabajo genial, entonces la «grandeza» cobra posesión incluso de la una vocación tan gris.

En cuanto a las ciencias, una hiperespecialización hace que se pierda esta «grandeza», pero al final puede constituir una baza segura al hacernos indispensables.

Pero sí, ciertamente. La «grandeza» es una dimensión que motiva. Retorciendo las palabras de un santo: si has de pecar, que sea a lo grande.

Otras citas.

Debe de haber sido un ser maravilloso en otros tiempos, puesto que incluso ahora, en la derrota, resulta tan atractivo y encantador.

Al contrario que la autora, creo que las personas muestran un carácter más afable y encantador en la derrota, que en la victoria. La victoria deshumaniza.

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